El último Pegaso
Llegamos a la recta final, pero antes,
el tercer reto de #Writember. Un relato que debe incluir:
una espada, una pluma y una risa.
Sin más dilación: "El último Pegaso"
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Fotografía sacada de Pixabay, hecha por @pixel2013 (instagram). |
Llevábamos un rato dentro del carruaje. Ninguno de los dos quería empezar aquella conversación y cada segundo que pasaba mi corazón latía con más fuerza. Corrí la cortina, no quería seguir viendo la miseria que se palpaba en las calles de aquella ciudad, de mi ciudad. Mi acompañante, un criado de edad avanzada y lo más parecido a un padre para mí, decidió romper aquel silencio.
— Le debes una explicación. Cree que estás muerto y le gustas así. Necesitas una historia, una que te mantenga con vida. – corrió un
poco su cortina, echó un vistazo y volvió a cerrarla. Aún faltaba para llegar al tribunal. – Tienen que creerte, debes ganar tiempo, lo suficiente para que abran las puertas de la ciudad.
Tiempo. Eso es lo que necesitábamos,
algo que desde hacía décadas habíamos perdido. No éramos dueños de nuestro
destino, ni de nuestros sueños y mucho menos de nuestra libertad. Por eso había vuelto. Para recuperar,
bueno para luchar por ello. Tan solo necesitaba una distracción, ponerme
en pie delante de él y decir lo que quería oír. Después rezar para que hubiera
sido suficiente.
— Lo sé.
— Eso dices, pero te veo más nervioso que cuando
llegaste de la expedición. – me miró con miedo. Miedo de volver a perderme en
el abismo del pánico.
Le cogí de la mano, nunca lo
hacía, pero no sabía si lograría volver a verle y le agarré con
fuerza. Como un niño pequeño aferrándose a su peluche en un día de tormenta.
— Ese día volvía a casa, volvía con mi familia. Hoy nos jugamos todo, la última carta.
El silencio volvió absorber a
aquel carruaje, y nos soltamos las manos. No se nos daba bien hablar, ni
querernos. El era un criado y yo siempre intentaba ascenderle, le trataba como
uno más, y él me regañaba constantemente por ello. “Cada uno debe saber su lugar,
joven príncipe, tú deberías saberlo mejor que nadie”. Eso me decía, una y otra vez. Nunca le hice caso, hasta que mi tío se hizo con el trono y yo dejé de ser el príncipe. Mi tío se volvió un tirano, un monstruo
con sed de destrucción y poder, un poder que le hacía imparable, invencible. Y yo tan solo era una pieza más del puzzle, de su engranaje de devastación.
Nos mantuvo, a mí y a mi hermana pequeña,
Mery, vivos. Como cobayas en una jaula, un entretenimiento para el resto de
aristócratas, para aquellos afortunados que no fueron masacrados. Confinados en nuestra casa, con la única compañía de los criados
y nuestros animales. Esperando a que se cansase de nosotros o encontrase un trabajo digno de nosotros.
Entonces, unos meses atrás, tuvo su último descabellado deseo. Quería encontrar al último Pegaso, quería una mascota más que agotar hasta matarlo. Y me mandó a mí, a mí y a un grupo de no más de doce soldados. Nos envió a una carnicería y fuimos cayendo uno a uno hasta que tan solo quedé yo.
Entonces, unos meses atrás, tuvo su último descabellado deseo. Quería encontrar al último Pegaso, quería una mascota más que agotar hasta matarlo. Y me mandó a mí, a mí y a un grupo de no más de doce soldados. Nos envió a una carnicería y fuimos cayendo uno a uno hasta que tan solo quedé yo.
— ¿Sabes que vas a decirle? No tienes lo que
quiere. – no quería ponerme más presión, pero sabía
que mi vida colgaba de un hilo. No tenía margen de error.
— No tengo lo que quiere, pero tengo algo mejor. –
le miré y sonreí por primera vez aquel día. –Tengo una historia.
Pude ver su suspiro, su mirada de
desesperación, su mirada de estamos perdidos. Entonces decidí que se lo
contaría, le contaría lo que viví, lo que hizo que viese el reinado de terror
en el que vivía, el momento en que mi burbuja se rompió.
«Llevábamos un par de
días sin comida, asediados por los supervivientes, por las sombras de los reinos que ya
habían caído. No teníamos pistas, ni avistamientos. Ninguno pueblo nos recibía
con los brazos abiertos. Debíamos luchar y luchar y llegó un momento que dejamos
de hacerlo por la idea de nuestro reino, sino que luchábamos por ver un amanecer
más.
Ahí vi, que nos había mandado a
morir. Que, si no volvíamos en el plazo acordado, mandaría a otros doce
hombres, y así hasta lograr su objetivo. Hasta poseer todo y a todos. Le daba igual cuantos muriesen en el intento, mientras le trajesen lo que había pedido.
Se lo dije a Peter, ¿te acuerdas
de él? El hijo del consejero de padre. Él también vino. Quería demostrar a mi
tío, a nuestro rey, que su lealtad era tan solo con él y su reino. Deseaba con
toda su alma recuperar la gloria de su estandarte, costase lo que costase. Había olvidado el asesinato de su padre, o el del mío. Había olvidado como quemó nuestro escudos, nuestras banderas adornadas con el valeroso corcel alado. Tan solo quería su antiguo poder, lo demás le daba igual.
Y ahí estábamos los dos, guardándonos
las espaldas, luchando espada junto espada. Pasaron las semanas y en mitad de
la selva, tan solo quedábamos cuatro. Yo había perdido la esperanza, había
visto la maldad pura, y no era de aquellos que nos cazaban, sino del rey que
nos había mandado a la muerte sin pensarlo dos veces. Cada vez luchaba menos, y discutía más. Cada vez intentaba herir y no matar a mi enemigo. Y dejé de pensar en ellos como
eso, y los vi como el fuego que palpita entre las cenizas, negándose a morir. Eran esperanza.
Peter no pensaba así, y el día
que se acabó el plazo, perdió la cordura. Arrasó un pueblo entero. Les masacró, y uno de los habitantes, con su último suspiro dijo algo que nunca olvidaré:
—
Tan solo el digno y puro, aquel cuyo
corazón desee luchar por la libertad, por el indefenso, aquel verá al último
Pegaso.
Nada más oír aquello Peter le
clavó la espada, estaba enfurecido, tanto que acabó con los otros dos soldados y me miró con unos ojos que jamás había visto antes. Unos en los que
ya no había humanidad. Me persiguió, y yo hui, corrimos entre la maleza, hasta
llegar a un precipicio y luché. Luché contra mi amigo, con él que fue mi mejor
amigo, y le maté.
Destrozado hallé refugio en aquel
lugar remoto, y decidí no volver jamás.»
—
Pero volviste. Has vuelto para luchar por
aquellos que no pueden.
— Lo sé. – eché un vistazo a la calle, ya
estábamos llegando. – Por eso, ahora, delante de mi tío contaré la misma
historia, pero esta vez seré Peter. No le traigo un Pegaso, pero le traigo la
muerte de un traidor.
—
Espero que eso sea suficiente, por tu bien, y el
de todos.
Podía ver su rostro arrugándose,
tornando su rostro cansado en pura preocupación. Nos jugábamos todo. Su mujer
iba en un carruaje, igual que el nuestro, simulando que era mi hermana, para
huir de la ciudad, y si alguien sospechaba sobre mí, tan solo encontraría a una
criada haciendo recados para su señora. Mientras, sus hijos estaban con Mery,
refugiándose por los pasadizos secretos que albergaban las cloacas de la
ciudad. Buscando un lugar seguro.
Al menos ellos se salvarían si
algo iba mal. Aquello era nuestra paz, nuestro consuelo. Sin embargo, una voz
en mi interior no paraba de repetir que Mery no se quedaría sentada a esperar, sabía luchar, lo llevaba en la sangre. Que sabía hacerlo casi
mejor que yo. No temía por ella, pero si por su cabezonería.
Recé a la vez que bajaba del carruaje y me enfrentaba al imponente edificio de mármol y columnas que rozaban las nubes, de que mi hermana buscara refugio y no saliese a luchar. Y mientras lo hacía supe, que mi deseo no se cumpliría, porque ella era así, por que era una guerrera.
Recé a la vez que bajaba del carruaje y me enfrentaba al imponente edificio de mármol y columnas que rozaban las nubes, de que mi hermana buscara refugio y no saliese a luchar. Y mientras lo hacía supe, que mi deseo no se cumpliría, porque ella era así, por que era una guerrera.
Subí las escaleras solo, y pronto
llegaron dos soldados a escoltarme. El interior era tan
impresionante como lo recordaba, lleno de estatuas de antiguos reyes, de héroes
mitológicos... tan solo faltaba una, la de mi padre. Sonreí, sabía bien porque no
estaba, mi tío alegaba que él era el digno sucesor, y una estatua del anterior,
podría darme a mí derecho al trono.
Llegué a una sala oval, llena de
sillones decorados con cojines de terciopelo rojo y en el centro un trono tres
veces más grande y hecho de oro. Estaban todos, los generales más fieles, y mi
tío sentado, con su rostro apoyado en la mano. Parecía aburrido. La sala
carecía de techo o paredes, tan solo columnas y más estatuas de seres mágicos,
parecía una sala digna de dioses. Desde ahí podías ver la ciudad al completo.
En cuanto entré, mi tío se
incorporó del asiento, parecía molesto por mi presencia, como si le
molestase que siguiese respirando y sonreí. El sentimiento era mutuo.
A mi espalda se colocaron la
escolta, con sus lanzas entrelazadas, para evitar que ¿huyera? Di un paso al
frente, y otro hasta colocarme en el centro. Algo no iba bien.
—
¡Qué grata sorpresa, sobrino! – aquella
última palabra la pronunció con sorna.
Hice una pequeña reverencia, y aunque una parte de mí gritaba que huyese, fingí no odiarle, como si no desease clavarle mi espada en el corazón.
—
Aquí me tienes, mi rey. Ha sido un largo
viaje, y tras reponer fuerzas, debo narrar lo ocurrido en la expedición.
—
¡Oh! ¿Has venido tras descansar? ¿No soy tu
prioridad? – su rostro seguía tranquilo, pero su tono era amenazador.
Tragué saliva, debía medir mis
palabras, debía ganar tiempo.
— Estaba herido, mi rey, no estaba en
condiciones de hacerle justicia. – Mi respuesta debió de agradarle porque
volvió a una postura más relajada. Era mi oportunidad. – Nos atacaron, fuimos
cayendo uno por uno. Parecían regodearse de nuestra desgracia.
—
¿Quiénes? ¿Quiénes osaron levantarse contra MIS
soldados? – me interrumpió, su voz estaba llena de ira y yo quería saciarla.
—
Todos. Elfos del norte, enanos del este, lobos
del sur. Todos los caídos se han unido para derrotarle, mi rey.
Hubo murmullos, los generales
empezaron a discutir, algunos decían que yo mentía, que aquellos seres se habían
perdido, extinguido años atrás, mi tío parecía no coincidir con ellos.
— ¿Quién les dirige? ¡Quiero su cabeza! – rugió.
Antes de que pudiera hablar, una voz se alzó en el alboroto de la sala.
— ¿Quién les dirige? ¡Quiero su cabeza! – rugió.
Antes de que pudiera hablar, una voz se alzó en el alboroto de la sala.
—
¿Seguro que no deliras, viejo amigo?
Aquella voz… ¡No era posible! Me
giré despacio, y ahí estaba, un chico con apariencia demacrada, le faltaba un
ojo y cojeaba, pero era él. Sin ninguna duda, frente a mí, estaba Peter.
Entonces vi como mi plan se
desvanecía. Era imposible salir de allí con vida, pero aún podía ganar tiempo
para el resto. Entonces desenvainé mi espada, moriría allí pero me llevaría
algunos conmigo.
— Les dirige el último Pegaso. ¡Yo!
— Les dirige el último Pegaso. ¡Yo!
— Mi paciencia se ha acabado contigo. ¡Matadle! –
ordenó mi tío.
Entonces Peter sonrío igual que
cuando mató aquel pueblo entero, con aquella maldad, con aquel odio. “Es mío”
gritó, y nadie osó desafiarle. Me rodearon para que no pudiera huir y empezó de
nuevo nuestra lucha, pero esta vez no luchaba contra un amigo, luchaba contra
el odio, luchaba por la libertad.
Nuestras espadas chocaron con
fuerza, esquivé sus golpes y él los míos, hasta que le di un corte en la
pierna, y luego en el brazo. Le empezaron a fallar las fuerzas y cayó de
rodillas frente a mí, y ahí le di el golpe certero.
—
¡No os quedéis mirando! ¡Le quiero muerto!
¡Muerto! – sus gritos callaban el ruido de mi espada contra el metal de las
lanzas. – ¡Entregaré tu cabeza a tu hermana! ¡Y después la mataré!
Aquellas amenazas tan solo me
daban más y más fuerzas, y poco a poco fui acabando con los soldados, pero eran
demasiados. Aún quedaban generales que se relamían con mi dolor, con el
cansancio que aumentaba en mí. Eran cazadores, y yo su presa.
Entonces, cayó del cielo una
pluma. Una gran pluma blanca con mechas azuladas, y todos miraron al cielo. Y
entonces, lo vi. A un Pegaso que se abalanzaba sobre la sala, de él cayó un
guerrero, que empezó a golpear a todo general que veía. Hasta que tan solo
quedaba mi tío. Agotado, caí al suelo, mirando al ser que se hacía llamar dios y
rey, aterrado tras su trono de oro.
El guerrero se quitó el casco,
uno de acero decorado con plumas de su corcel alado, y ahí estaba, una chica
con tirabuzones de bronce, sonriéndome.
— Cuando esto acabe, creo que sería bueno recordarte,
que yo, tu hermana pequeña, te acaba de
salvar el culo.
salvar el culo.
Los dos reímos, me ofreció la
mano y juntos avanzamos hacía nuestro tío, que se encontraba agazapado,
suplicando por una piedad que no se merecía. La misma que no había tenido. Le atamos a una columna, su final estaba cerca, pero había muchos que merecían verlo.
Desde lo alto de aquel edificio, pudimos ver como poco a poco, nuestros aliados se iban haciendo con la ciudad. Todos unidos por la libertad.
Desde lo alto de aquel edificio, pudimos ver como poco a poco, nuestros aliados se iban haciendo con la ciudad. Todos unidos por la libertad.
Un relincho nos sacó de nuestro
ensimismamiento, frente a nosotros estaba el mismo pegaso que había encontrado
en la selva. Junto a él, había reunido a todos los supervivientes para luchar por
nuestro hogar. Frente a nosotros estaba el símbolo de la esperanza, estaba
nuestro estandarte. Y ahora nos reclamaba para seguir luchando. Nos subimos a él, y juntos fuimos ayudar a nuestros vecinos.
El terror había llegado a su fin.
Pronto seríamos libres de nuevo.
El terror había llegado a su fin.
Pronto seríamos libres de nuevo.
Cometa.
#SoloUnaHistoriaMás
Espero que os haya gustado el relato, aquí os dejo al resto de participantes.
Sus historias os cautivaran.
1. "La poderosa hechicera, la pluma y otros objetos mágicos" de Mary D.Malaw, @MaryDMalaw en twitter.
3. "Barco al norte de África" de Book to Land, @BooktoLand en twitter.
4. "Una taza de té" de Nish, @_WanYun en twitter.
5. "Pluma y Espada" de Teresa Plaza García, @TeresaPlazaG en twitter.
¡Gracias por participar! ¡Vuestros relatos son asombrosos!
4. "Una taza de té" de Nish, @_WanYun en twitter.
5. "Pluma y Espada" de Teresa Plaza García, @TeresaPlazaG en twitter.
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Simplemente sin palabras para describir lo mucho que me ha gustado la historia.
ResponderEliminarClap, clap, clapclapclapclapclapclapclapclap.
¡Muchísimas gracias! ¡Qué ilusión!
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