A quien madruga...
A quien madruga...
¡Vaya mañana más desastrosa!
Si no sé para que lo intento... Encima de que me levanto temprano, intento no hacer ruido y preparar un desayuno de ensueño a mi familia... No había nada en la nevera. ¡Ni un mísero huevo! Pues nada, una tiene su maña y conseguí reunir un poco de zumo, un poco de leche, preparé el café y dispuse las tostadas para untar con mantequilla y mermelada. Parecía que la mala suerte se había disipado...
Entonces, desde el jardín, apareció sonriente Lula, el perro de mis padres. Sin que pudiera evitarlo, atravesó la cocina galopante y me tiró al suelo. Me lamió la cara sin compasión mientras aullaba la cafetera sin descanso. Cuando pude defenderme de sus ataques adorables, el café ya caía por la encimera hasta el suelo y el olor a quemado inundaba la estancia. Mientras recogía el estropicio, Lula aprovechó para acomodarse cerca del calefactor y observar, sin perder ningún detalle, mi desastre.
Retiré la cafetera, limpié el café derramado y con mucho, mucho esfuerzo quité la capa quemada de la vitro-cerámica. Cuando quise darme cuenta, las tostadas también se habían quemado, ¡me había olvidado de ellas por completo! Miré el café y las tostadas chamuscadas y con un largo suspiró lo tiré a la basura.
"Hoy no es mi día..." pensé mientras me sentaba en la silla de mimbre totalmente derrotada. Ahí, ensimismada, empecé a divagar sobre que iba a contar a mis padres quienes aún dormían plácidamente, ignorantes aún de mi desastre. Entonces, mirando a la nada, me fijé en unas extrañas manchas oscuras que había en el suelo. Me acerqué a ellas...
—¡Lula! — grité en un susurro. No había caído en que a esas horas de la mañana, el rocío aún adornaba las plantas, el césped, las flores... Aquel perro había llenado la casa de sus pisadas llenas de barro...y yo lo había permitido.
Le miré fijamente, pero su única respuesta fue taparse su rostro con sus enormes orejas. Aquel acto de adorabilidad no evitó que le castigara sin gambas al ajillo aquella tarde. Al fin y al cabo, acababa de dejarme sin regalo de aniversario para mis padres y a la vez, con más de una tarea de la casa por hacer.
Debió de leerme la mente porqué salió echa una furia de la cocina, correteando por el salón hasta llegar de nuevo a la cocina. Miré con horror las pisadas que fue dejando a su paso, y corrí tras ella. Tuve que saltar un par de arbustos para no perderle de vista y al fin, se detuvo.
—¡No por favor, eso si que no! — horrorizada observé como había cavado un hoyo y me miraba orgullosa de su hazaña. — ¡Lula!
Sin embargo, ya no estaba enfadada con ella. Me agaché con cuidado, y saqué de aquel hueco una pequeña caja de madera.
— No puede ser... — mascullé para mi misma, pero si, no había duda alguna. Aquella era la caja donde mi abuela guardaba las fotos más antiguas. Mis padres la habían dado por perdida hacía ya tanto tiempo...pero ahí estaba.
Hasta Lula había querido guardar un pedacito de ella. Fui incapaz de no llorar al recordar su abrazo cálido, su aroma, a ella entera. Me quedé en aquel rincón del jardín, agarrando entre mis brazos aquella caja, intentado arañar algún recuerdo vago perdido en mi memoria. Hacía demasiado tiempo que no pensaba en ella. Demasiado tiempo desde que se había marchado de nuestras vidas...
— ¡Qué desastre! ¿Quién ha hecho esto?
— ¿Hija?
Los gritos adormilados de mis padres me devolvieron a la realidad, despacio me acerqué a ellos y les ofrecí la caja de madera. Al verla, se quedaron mudos, olvidaron el barro y el olor a quemado. Olvidaron su enfado y tras unos segundos paralizados, tiraron de mí emocionados para fundirnos en un largo abrazo.
«Feliz aniversario, papás.»
...Dios le ayuda.
Cometa.
#SoloUnaHistoriaMás
¡Bonita historia!
ResponderEliminarMenos mal que todo mejoró y no se llevo la bronca por el desastre jajaja
¡Qué bien que te haya gustado!
EliminarUn saludo,
Cometa.