Fuego y agua

Mis huesos sentían la misma humedad, el mismo frío, que el resto de mi cuerpo. El agua se había colado por todos los rincones de mi ser, pero ya nada importaba. Empapado de pies a cabeza, sin ningún lugar al que ir, me senté en el bordillo. Un asiento privilegiado desde donde observar mi desastre. El fuego había intentado arrebatarme mi ilusión, y el agua lo había barrido por completo.
No quedaban ni cenizas por recoger, lo había perdido todo.
Hasta las sillas del público se habían destruido. El plástico había perdido la batalla contra un fuego abrasador, las cuerdas, las pelucas, todo había ardido. La arena había frenado al fuego, impidiendo que devorara a los acróbatas y payasos, que huyeron entre las llamas hacía el exterior. Todos se habían ido, dejándome atrás. No importaba, yo debía quedarme, y salvarlo.
Miré a mi derecha, allí estaba Simón, el gran león, su anaranjada melena había sufrido también, y parte estaba chamuscada. Agitó su pelaje, y me salpicó barro y agua, agradeciéndome su rescate. Se acercó a mí y no sentí nada. Ni miedo, ni ansiedad, ni emoción. Ya no sentía ni el frío. Avanzó y se acurrucó junto a mí. Apoyó su cabeza en mi regazo y cerró los ojos.
 – Lo sé, yo también estoy agotado. – Le acaricié con cuidado su melena, y entonces vi las heridas, los rasguños y las quemaduras de mis manos y brazos, pero no dolía. No sentía nada.
Simón no contestó y miré al frente. Empecé a vislumbrar unos coches a toda velocidad. Según se aproximaban empecé a distinguirlos mejor, no eran coches, eran grandes camiones de color rojo y blanco, y... y con luces parpadeando. Rojo azul, rojo y azul. Sus sirenas eran inconfundibles, y aún, desde la distancia que nos separa, sé que son los bomberos, avisando con sus luces y sonidos de mi desgracia.
La adrenalina abandona mi cuerpo, lo sé porque empiezo a sentir dolor, dolor y frío. Empiezo a notar como mi cabeza da vueltas, mi boca se reseca y mis ojos se vuelven vidriosos. Estoy llorando. Los camiones de bomberos disminuyen la velocidad, sus ruedas resbalan sobre un asfalto viejo y mojado, pero ya no oigo las sirenas, ni distingo las luces parpadeantes. Solo siento que mi respiración se pierde y dejo de sentir el dolor, el aliento del león o de mis manos sobre su melena. Mis ojos se cierran y me desplomo sobre una arena que antes llamaba hogar. Y sobre ella, mi respiración se detiene y mi corazón deja de latir.
«Cuidad de Simón, cuidadlo por mí.»
Mis sueños y mis deseos se pierden en un bullicio que ha llegado demasiado tarde, el fuego ya ha consumido todo, y el agua lo ha barrido.
- Cometa
#SoloUnaHistoriaMás


Comentarios

  1. Las cenizas de la tragedia, plasmas muy bien ese vacío que nos queda cuando los gritos, las lágrimas y la ira desaparece. Saludos!

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  2. Después de leer este microrrelato, me he quedado pensando... ¿de verdad lo perdemos todo cuando nos quedamos sin nada? ¿qué es lo más importante en la vida? ¿a qué le prestamos atención? Estupenda narración. ¡Me ha encantado!

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    Respuestas
    1. Me alegra mucho ver que el microrrelato te hace parar y pensar en él. Al final no importa cuando nos vayamos, si no lo que dejamos atrás (un legado, familia, mascotas...). Eso es lo que nos define, nuestra huella en el mundo.
      Gracias por el apoyo,
      y no me olvido, pronto visitaré tu blog.
      Un abrazo,
      Cometa.

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