Cuentos de sirenas
<< Sé
que nunca os he hablado de mi hogar, de mi ciudad bajo el mar. Supongo que cada
vez que pienso en ello me trae recuerdos de un tiempo mejor, de un tiempo sin
miedo. >>
Me
quedé en silencio, como todos, Aqua nunca hablaba, nunca decía más de lo que
fuera estrictamente necesario. Era una mujer alta y delgada y su tez azul hacía
juego con sus ojos de color zafiro, tenía el pelo negro y liso y un rostro
serio. La rodeaba un aura de soledad y misticismo, todos sabíamos cómo había
llegado a nuestras vidas, pero nadie sabía quién era ella antes de ser raptada
por piratas. Cómo era su vida, si vivía entre sirenas o entre humanos, si amaba u odiaba, todo ella era un misterio.
La conocí dentro de aquel castillo del terror, dónde nos obligaban a trabajar, luchar, matar, dónde dejábamos de ser personas para ser esclavos, esclavos de él. Un hombre temible, un hombre al que, algún día, mataré, pero hoy, hoy era nuestro quinto día fuera de aquellas paredes. Cinco días de libertad, y hoy, hoy Aqua quería hablar, y la dejamos hablar.
Así,
todos, alrededor de una fogata débil y una noche oscura, después de una larga huida,
estábamos esperando a escuchar la historia que nadie sabía y que no estábamos seguros
de querer oírla. No iba a tener un final feliz, de eso, estaba segura.
<< Cuando hecho la vista atrás, no recuerdo sus
caras, no recuerdo sus voces, solo recuerdo fuego y destrucción, humo y muerte.
Fue el caos quien me arrebató todo lo que amaba, un caos llamado yo.
Yo fui la causa de perder lo que amé y, sin embargo, no me odio, les odio a ellos, le odio a él. >>
Su
mirada estaba perdida, viendo, observando el bailoteo de las llamas, su color
rojizo anaranjado, su poder de devastación. Y en sus ojos vi una chispa de admiración,
pero volví a quedarme absorta, como todos los demás con su voz.
<< Vivía en una ciudad bajo el mar, como todos
los de mi especie, sirenas escondidas por nuestra propia protección, huyendo
del ojo curioso de los humanos, manteniendo nuestra existencia en un simple mito marinero.
Pero
a mí nunca me gustó, hija de reyes guerreros, hija de sirenas y tritones
valientes que dieron sus vidas por salir de las profundidades, no, yo no iba a
ser una más. Me alimenté de mi propio ego, mi propia sed de orgullo y
admiración y nadé y nadé hasta llegar a la superficie, y nunca, nunca miré atrás.
Era
una noche como la de hoy, oscura, sin luna, ni estrellas, una extraña noche para cazar, pero me arropé de la oscuridad que me rodeaba y trepé por el lateral del
barco que se mecía sobre un mar tranquilo, y mientras todos dormían… >>
Su
voz se quebró, y uno de los hombres, el más anciano, que tenía barba y pelo
canoso, se levantó del suelo para abrazarla. No era fácil confesar una vida
pasada que justificase el odio divino que la acechaba desde entonces. No era fácil pensar que todo nuestro sufrimiento era debido a nuestras acciones.
Aunque
bien sabía yo, que el dolor que nos infligen los demás nunca es culpa nuestra.
Esa culpa solo es de nuestro agresor, un agresor que pagaría con creces cada
marca que tenía sobre mi cuerpo, pero ahora, después de huir de sus asquerosas
manos, todos y cada uno de los presentes pensábamos en vivir un día más y no,
no pensábamos en venganzas, ahora éramos libres o eso pensábamos.
<< Perdón… Esa noche, todos dormían, y saqué el
cuchillo que llevaba y como una sombra, la mismísima sombra de la muerte, les
asesiné, a cada uno de los que me encontré por el camino. Sin embargo, el capitán,
que había observado con curiosidad mis movimientos mandó al resto de la
tripulación mi captura.
No
me condenó, no me maltrató, no me puso ni un solo dedo encima, yo no lo entendí y por necia o inocente, me puse a sus órdenes.
Era
alguien digno de ser seguido, un auténtico líder, sanguinario pero leal. >>
Sus
ojos azules centellearon con el recuerdo de aquel pirata y mi cuerpo se
estremeció por la lealtad palpable de aquella joven con un ser despreciable
como había sido su capitán, pero ella estaba cegada por la única libertad que
había saboreado en su vida.
—
Sé bien que no era un
buen hombre. – añadió al observar mi desconfianza, y su tono provocó que mirase
al suelo, todos estaban absortos con su historia que no se daban cuenta de que
los vigías también se habían acercado a escuchar.
—
Continúa por favor – suplicó la más joven del grupo, que
me miraba de reojo, haciéndome ver que ella también veía algo extraño en el comportamiento de los
demás.
<< Viajé a sitios inexplorados, encontré tesoros incalculables
y me enamoré profundamente del capitán. Vivía en una aventura continua, acechábamos
buques y los hundíamos en las profundidades de los océanos y según viajábamos me
sumergía en aguas de colores tan dispares como parecidos en sabor, textura y
espuma. Estaba enamorada con el mar, pero más aún de su amo, mi capitán.
Debí
de sospechar que la felicidad no era para siempre, y que, al fin y al cabo, las
tormentas siempre llegan a nuestros corazones, pero la mía, la mía me lo destrozó. >>
Su
historia me estremecía, no por la tristeza, sino por la pasividad y falta de
emoción real que transmitía su voz, un sonido monótono que se tornaba en
sincero cuando hablaba de sus matanzas, de la sangre derramada, de la guerra
entre buques. No entendía su lealtad y mucho menos el rencor que parecía
procesar por el resto de los habitantes del barco, solo le importaba el capitán
y su poder de aniquilación a quien se pusiera por delante. Sin embargo,
los demás estaban absortos, cada hombre allí presente la miraba con cara de
pena y dispuestos a darla cualquier cosa por verla feliz.
<< Era mediodía y sin embargo el sol no se divisaba
por ninguna parte, la niebla, el frio y la lluvia hacía imposible diferenciar
las horas ni el camino a seguir. Yo me encontraba conversando con el capitán
como cada día, y entonces hubo un motín, de ni más ni menos del hijo de mi
amado. Allí estaba él, alzando una espada y pidiendo mi cabeza, mientras su
padre le gritaba que dejara de hacer el bobalicón y que volviera a sus
quehaceres, pero no quiso escucharle.
Los
demás alzaron sus cuchillos, sus pistolas y sus espadas y pidieron al unísono mi
cabeza. Decían que le manipulaba, que hacía lo que yo quería, que se había
vuelto una marioneta de una simple y asquerosa sirena.
Ahí
estalló el caos, los que nos eran aún leales lucharon valientemente, pero nos superaban en número y al final quedamos solo el capitán y yo contra su hijo y cuatro sucios y
desarrapados piratas. No tuve más remedio que pedirles amablemente que se
mataran entre sí, y lo hicieron, pero no sin antes asestar un golpe letal a mi
amado que cayó inerte contra los tablones de madera. >>
—
¿Cómo pudieron?
—
¡Un motín! Abrase visto.
—
Que vida más cruel te
ha tocado vivir.
—
Lo siento mucho, Aqua.
—
Yo te vengaré – prometió
el anciano, arrodillándose ante ella. – Libraré tus guerras y destrozaré a tus enemigos hasta mi muerte.
Me
quedé atónita, y agarré a la niña que me miraba con auténtico horror.
Como era posible que no se escandalizaran con aquella aterradora verdad, ¡Ella
había provocado el horror en ese buque! Ella les estaba confesando la maldad que tenía en su interior, el caos que era capaz de conseguir con el simple canto de su voz y, sin embargo, ya
estaban perdidos en él.
Aqua
se levantó y desenvainó la espada, provocando que la pequeña se acercara más a
mí, intentando protegerse de la ira de aquella sirena. Se acercó al anciano que
seguía arrodillado ante ella y con un golpe certero le cortó la cabeza, la cual
cayó rodando por el suelo. Nadie dijo nada, y yo cerré la boca de la niña, intentando callar su grito de horror.
— ¿Quién quiere ser el
siguiente?
Varios
se pusieron en pie y se dirigieron hacia ella, recibiendo el mismo final que el
anterior. No podía creerlo y me puse en pie, cogiendo la espada de uno de los
muertos.
—
¡Ya basta, no he salido
del mismísimo infierno para vivir en otro!
—
Sabes, nunca he
conseguido que mi voz tenga el mismo efecto en hombres que en mujeres. –contestó entre carcajadas. – No me malinterpretes, adoro a los hombres, pero siendo
sinceras, nosotras somos más listas. – Tras guiñarme el ojo, exigió a uno de
los tres restantes que agarrase a la niña.
—
¡Déjala en paz! – y con un golpe secó acabé con la vida del hombre que estaba más cerca de ella, pero otro consiguió alcanzarla.
Miré con tristeza el cuerpo inerte del joven, había sido mi amigo, un amigo bueno dentro de aquel tormento y no había dudado, ni un solo segundo, por mantener viva a la única que aún poseía una pizca de humanidad e inocencia.
La sirena, a la que había llegado a llamar amiga, se
quedó observándome detenidamente, mis facciones, mi delgadez, mi arrogancia o insensatez
por plantar cara a un ser superior, y después de lo que me parecieron horas
pidió al hombre que la soltase y se clavase el puñal en el cuello. Lo hizo.
La
niña ya no lloraba, sus ojos centelleaban, prometiendo venganza contra Aqua por
aquella noche. Conocía bien esa mirada.
—
Será libre, solo, solo
si tú te unes a mí, me juras lealtad y la abandonas aquí y ahora con estos dos
hombres.
Me
quedé de piedra, no podía abandonarla, no podía dejarla atrás, no después de lo
que había visto, no con esa ira dentro. Sin embargo, no me hizo falta volver a
ver los ojos sin alma de Aqua para saber que, si no aceptaba, no solo morirían
los tres, si no que yo también. Y yo, yo tenía una venganza que llevar a cabo.
—
¿Vivirán los tres? –
pregunté sin titubeos, no quería más sorpresas.
—
Sí.
— Entonces – dije arrodillándome
ante ella, y sin escuchar los gritos de aquella niña – te juro lealtad Aqua,
hasta mi muerte, siempre y cuando ella viva… – y mirando a los ojos de mi futura dueña añadí – y ellos dos la protejan hasta su muerte.
—
Hecho. – cogió su
espada y me hizo una cruz en el hombro. – Sellado queda.
Nunca
más volví a ver aquella pequeña, murió antes de que pudiera encontrarla, y con
mi juramento roto asesté un cuchillo en el corazón de la sirena a la que serví
durante diez largos años. Salí de mi condena con un ejército detrás, ahora yo era la reina de todo lo que Aqua había amado y con su muerte, cumplí la promesa de unos ojos
centelleantes de venganza.
Ahora
toca la mía.
—
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#SoloUnaHistoriaMás
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