Miedo a contrarreloj

Pienso, y pienso, y lo pospongo. Si, lo pospongo, no puedo hacerlo, o lo que es más importante, no quiero hacerlo. 

No quiero, no puedo, y así en bucle. Como una alarma pulso el botón de posponer una y otra vez. Y rezo, como un moribundo a un dios en el que no cree, para que no vuelva a sonar. Maldita alarma que no se apaga y me recuerda cada dos por tres que lo tengo pendiente. Que me acecha como depredador a una presa, una presa herida por el tiempo y por el miedo. Me acecha, y se acerca decidido, cada vez más próximo, más hambriento. 

No se rinde, no piensa, es una alarma en mi cabeza, un recordatorio de que me quedo sin tiempo. Sin tiempo para huir, para escapar. Me estoy quedando sin prórrogas, y mi espalda esta casi contra la pared.

Mi mente no descansa de repetir que no quiero, pero, sobre todo, que no puedo. No puedo. Soy incapaz, soy un cero al cuadrado, soy un caso perdido.

¿Un caso perdido? ¿Cómo he llegado a este punto? ¿Cuándo perdí la inocencia de que yo puedo, y que yo podré? Supongo que fueron los golpes por el camino... ¿Qué golpes? ¡Los que me di a mí misma! 

Mis voces, mi maldita cabeza, mis pensamientos destructores de sueños, mis sueños. Mis dulces sueños ya no están. No están, el miedo les echó. Sin darles opción a defenderse, sin darles opción a quedarse. Solo quedan pesadillas, terror e inseguridad. 

Echo de menos lanzarme a la piscina sin mirar si el agua estaba caliente o helada, sin miedo del golpe. Echo de menos reír sin preocuparme de mi sonrisa torcida. Echo de menos probar cosas nuevas sin temer ser un desastre.

Ojalá ser un desastre y ser orgullosa de ello, esa soy yo, ¡esa soy yo! Un desastre en mayúsculas, ¿porque ahora tengo miedo de ello?

Me acuerdo, como de pequeña, con cuatro años, me subí a mi bicicleta azul cielo sin ruedines por primera vez. Recuerdo mi pulso acelerado, mi mirada de socorro a mi padre, y como él me prometió no soltarme. Empecé a pedalear, cada vez más deprisa, cada vez más decidida y cuando quise darme cuenta, mi padre hacía tiempo que no agarraba el sillín. Y sonreí, lo había hecho sola, yo podía con todo.

Lo que no me acuerdo, es cuando me empecé asustar de hacer las cosas por primera vez, de conseguir cosas sola, de hacer cosas por primera vez sola. 

Y aquí estamos, yo temiendo hacer cosas por primera vez, la misma historia de siempre. Pospongo y pospongo hasta que alguien lo hace por mí y suspiro aliviada pero esta vez es distinto. El tiempo se ha agotado, y mientras subo la cuesta para encontrarme con mi obstáculo, con mi miedo, intento frenar mi corazón desbocado. 

Espero impaciente a mi muerte por corazón acelerado, pero entonces hago lo que siempre me ha funcionado, reír. Esa es mi medicina ante el terror y el miedo, ante la ansiedad. Reír, reírme de mi misma, de mi desastre con patas, de mis miedos. Y, puff, desaparecen. Se esfuman con la risa, con la idea de que mi miedo es más pequeño que mi capacidad de superarlo, y sucede, que vuelvo a tener cuatro años y vuelvo a sonreír. Sonrío porque yo puedo con todo. Todo.

Y con esa sonrisa, de oreja a oreja, subo al coche por primera vez, yo sola. Y sonrío mientras me enfrento a mi obstáculo, y lo supero, y mi primera clase de conducir no es un desastre, ni nada parecido. Ha sido como montar en bici, en mi bici azul, un éxito. Mi éxito.


--------------------------------------

Por tontería que parezca para los demás, nuestrxs miedos pueden impedir que logremos cosas tan sencillas como montar en bicicleta. 

Pero ni el miedo puede impedirnos conseguir lo que nos hayamos propuesto, nosotrxs podemos con todo, todo.

Y quien diga lo contrario, usad sus palabras para alimentar vuestras ganas de lograrlo, como en el micro-cuento "El sueño del Spheniscidae".


--------------------------------------

- Cometa
#SoloUnaHistoriaMás







Comentarios

Entradas populares de este blog

Convocatoria: #MuchasPatas

A quien madruga...

Reseña: SirenSong de Miguel Olmedo Morell